La comunicación es el ingrediente fundamental de toda relación, y de manera especial en la vida matrimonial, no hay duda que la mejor manera para mantener el vínculo entre los cónyuges, es una comunicación profunda, y cariñosa. Es precisamente a través de la comunicación que las parejas se mantienen cercanas, y abiertas a ese encuentro con el otro, es decir están abiertos a compartir la vida, que no es lo mismo que deambular uno junto al otro.
Cuando las parejas se enamoran se establece un vínculo entre ellos, se cuentan todo lo que hacen, se las ingenian para compartir el mayor tiempo posible con el otro, están pendientes de los detalles, e incluso sin saberlo aprenden a leer el lenguaje corporal del ser amado, es decir… se comunican. En ocasiones cuando las parejas se casan, pueden dejarse envolver por la rutina y las obligaciones, dejando de lado esos “detalles” que mantenían sus corazones cercanos, entonces el reto está en lograr mantener esa intimidad, ese deseo de hacer feliz al otro, pero para toda la vida.
Al referirnos a la comunicación, nos estamos refiriendo a la habilidad de intercambiar ideas y sentimientos, nos referimos al hecho de compartir con el otro lo que sentimos ante una situación, o lo que pensamos sobre un tema, de ésta manera nos estamos dejando conocer por el otro, abriendo el corazón y dejando que el otro participe activamente de lo que yo soy… esto es una comunicación “profunda”, es decir, una comunicación abierta entre dos personas, que quieren conocerse, aceptarse y amarse.
El desarrollo de una comunicación profunda es algo que los matrimonios deben aprender, y este aprendizaje resulta de un trabajo constante, donde ambos se destinen un tiempo exclusivo para compartir lo que sienten en lo más profundo de su ser, desarrollando de esa manera intimidad dentro de la relación.
El matrimonio es una forma de verse a sí mismo, a través de los ojos y el corazón del otro, es vivir unidad (física, mental, emocional y espiritual), es descubrir a través del cónyuge el amor de Dios.
Un matrimonio que sabe comunicarse alcanza la felicidad, no esa felicidad efímera que está en las cosas materiales, sino esa felicidad real que se consigue con la lucha diaria, aquella que está en los momentos que compartimos con los que amamos. Ese es el mejor legado que puede dejar un matrimonio a sus hijos, para que cuando abran sus alas cuenten con las herramientas necesarias para construir también un matrimonio feliz.